sábado, 19 de abril de 2008

Se Celebra la Semana de los Pueblos Originarios

Camino hacia una integracion cultural amplia y solidaria

Del 18 al 28 de abril celebramos la Semana de los Pueblos Originarios.
Queremos comapartir con uds un estracto de el diario "La voz del Interior" que da cuenta del invalorable ejemplo de Don Esteban Laureano Maradona o mejor dicho de Piognac (Doctor Dios) denominacion dada por los Hermanos Matacos, Mocovies y Tobas.

“Doctor Dios” de la selva
Con pocas ganas y muchas quejas, un destartalado tren avanzaba sobre el otoño de 1935. Había salido desde Formosa 15 horas antes y recién llevaba recorridos 240 kilómetros. Sus pasajeros estaban exhaustos y sabían que aún quedaba mucho por recorrer, que todavía faltaban varias anónimas y desoladas estaciones como esas tantas que habían dejado atrás. Sin embargo, algo distinto sucedió en esa parada, en ese pequeño pueblo llamado Guaycurri (actualmente Estanislao del Campo). Un hombre gritaba en el andén empujado por el último aliento de su esperanza. “¡Un médico, un médico!”. Un hombre de alma endurecida y mirada fuerte se incorporó de inmediato y saltó del convoy antes de que éste detuviera por completo su marcha. —Yo soy médico, ¿qué pasa?— preguntó.Lo tomaron del brazo, le ayudaron a subir a un sulky y lo trasladaron hasta el lugar donde una mujer embarazada, Mercedes Almirón de Rodríguez, yacía postrada desde hacía tres días. Se trataba de un parto con complicaciones y la paciente estaba al borde de la muerte.Dos días necesitó este doctor, que por milagro pasaba por allí rumbo a Tucumán, para salvar a la señora y a su bebé. Al regresar a la estación, el tren ya no estaba y el próximo ya no vendría, al menos para él, Esteban Laureano Maradona, quien pasaría allí, en ese rincón agreste de la selva de Formosa, los próximos 50 años de su vida.
Una decisiónParado en el andén a la espera de otro tren, el hombre era observado por lugareños, muchos de los cuales se habían enterado de su “milagro”. No hablaban español pero este médico entendió, tal vez por el brillo de sus ojos suplicantes, que necesitaban “un curador”, como él mismo lo recuerda. “Había que tomar una decisión y la tomé, me quedé con esa gente, preferí ayudarlos, a la comodidad de un consultorio en Buenos Aires”, repitió muchas veces a la hora de evaluar ese instante que no sólo cambió su vida sino que mejoró para siempre la de miles de habitantes de las selvas de Formosa y Chaco, ya que su obra se extendió por una amplia región y benefició a indios tobas, matacos, mocovíes y pilagás. Uno de estos últimos lo bautizó Piognac, que en su idioma significaba “doctor Dios”, todo un resumen de lo que esos aborígenes llegaron a sentir por este santafesino, nacido en Esperanza el 4 de julio de 1895.No era para menos, Maradona, sólo con sus manos (tal vez también con algo parecido a la mano de Dios que caracterizó a otro Maradona), logró erradicar de ese olvidado rincón del país los flagelos de la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera, el paludismo y hasta la sífilis, que él entendía como el mal aportado por la civilización, a la que por eso llamaba “sifilización”.Para lograr sus objetivos, no sólo curó con métodos y remedios caseros sino que también enseñó a sus queridos indios a fabricar ladrillos, a edificar sus casas y a cuidar de su salud. Por todo eso y mucho más se lo denominó “el Albert Schweitzer de los tobas y matacos”, comparación que siempre rechazó desde su implacable humildad. “Pese a que llegué a ser candidato a diputado por el Partido Unitario —recuerda—, la política nunca ocupó el centro de mi vida; los políticos, en su mayoría, siempre dicen una cosa y hacen otra, muchas veces desvirtúan la democracia para hacer demagogia en nombre de ella”. Perseguido por oponerse al régimen que derrocó a Yrigoyen y empujado por sus ganas de conocer y servir, Maradona viajó al Paraguay justo cuando comenzaba la guerra del Chaco Boreal. Además de una valijita de cartón con dos o tres mudas de ropa, llevó consigo un revólver 38 y su diploma de médico como único equipaje. Una vez en el país vecino, ofreció sus servicios a un comisario de Asunción, pero pidió que no lo sometan a ninguna bandera porque su único fin era el “humano y cristiano de restañar las heridas de los pobres soldados que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. No le creyeron y lo tomaron preso por unos días bajo el supuesto de que podría ser un espía argentino. Finalmente lo liberaron y lo tomaron como asistente en el Hospital Naval, donde pronto llegó a ser jefe y atendió a cientos de soldados. En medio de la dureza de la guerra, con el alma en piedra, descubrió sin embargo el amor en una bella jovencita de apenas 20 años. Se llamaba Aurora Evalí y era sobrina del presidente paraguayo. Ella también se enamoró de él y pronto fue su prometida, pero la fiebre tifoidea se la arrancó de las manos en los últimos minutos del 31 de diciembre de 1934. El podría haberla curado, tal vez, pero ella se lo impidió por pudor y le ocultó su enfermedad para evitar que la revisase. Lo que Maradona sintió por esa mujer fue tan fuerte que jamás se volvió a enamorar en la vida. Ese dolor fue uno de los motivos, tal vez, que lo alejaron de Paraguay no bien terminó la guerra. Donó los sueldos que ganó a soldados paraguayos y a la Cruz Roja y se escapó. Al cruzar la frontera pensó en dirigirse a Tucumán, donde uno de sus hermanos era intendente.Sin embargo, en el camino se cruzó su destino y se quedó a mitad de viaje, en ese lugar donde tanto lo necesitaban, y allí se quedó. A los 90 años se despidió de los lugareños, que gracias a su trabajo ya no eran más “indios”, y se tomó un ómnibus para Santa Fe. Las autoridades lo detectaron y le consiguieron una ambulancia para que completara el viaje. Llegó tan mal que fue necesario internarlo en el Hospital Provincial durante un mes. No pocos creyeron que llegaría su fin, pero vivió otros nueve años gracias a los mimos de la familia de su sobrino José Ignacio, propietario de la casa de Rosario donde este gran médico argentino residió hasta morir, el 14 de enero de 1995. Fue postulado tres veces para el Premio Nobel y recibió decenas de premios nacionales e internacionales, entre los que se cuenta el Premio Estrella de la Medicina para la Paz, que le entregó la ONU en 1987. * Publicado en La Voz del Interior

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Pocho Vive


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